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Hasta siempre comandante

Norcoreano escribe sobre la muerte de Fidel Castro.

-Las cenizas de Fidel Castro en el malecón de Matanzas

Las cenizas de Fidel Castro en el malecón de MatanzasAgencia EFE

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Ayer se celebró el funeral de Fidel Castro, algunos líderes mundiales acudieron al acto de manera oficial mientras otros lo hicimos de manera extraoficial, por seguridad (como fue mi caso) o por evitar las críticas (como fue el caso de algunos líderes occidentales). Desde la muerte del Comandante estuve planteándome mi asistencia por dos motivos, por un lado por que aunque Cuba siempre ha sido una aliada de Corea del Norte, hace dos años firmaron un acuerdo con Obama para levantar el embargo, acto que consideré una traición a pesar de que siempre había sospechado de las buenas relaciones ocultas entre Estados Unidos y Cuba: el ron y la Coca-Cola siempre se han llevado bien. El otro motivo por el que estuve dudando de mi asistencia es sencillo: de Pyongyang a La Habana no hay muchos BlaBlaCars.

Finalmente a principios de semana decidí encabezar la comitiva norcoreana y fletar el barco que atracó ayer mismo en Cuba. Como comunista y como líder mundial que no es la primera vez que acude a este tipo de eventos debo decir una cosa: los canapés estaban mejor en el funeral de Mandela. Cátering aparte, este tipo de eventos crean un pequeño oasis en los conflictos mundiales y por unos días consiguen apartar las diferencias que a todos nos separan. Cuando un compañero muere no hay razón para escatimar esfuerzos, así que entre todos los líderes decidimos poner 5€ cada uno para comprarle una corona de flores a Fidel. Los míos me los puso Putin, que estos días me ha pillado sin divisa internacional. Los del eje del mal decidimos quedarnos echando unas cañas durante la misa para ir más tarde directamente al cementerio. Y allí sucedió algo que sabía que algún día tenía que pasar. Estábamos entrando al cementerio y a lo lejos vi a un negro rodeado de guardaespaldas. “¿Ha venido Rodman?”. Pregunté sin encontrar respuesta. Pero no, al acercarme lo vi, estaba allí. Había acudido al funeral de incógnito para no despertar críticas en su país. Era él, Obama. Tuvieron que sujetarme Putin y Maradona, si no, le parto la cara. “¡En un mes te quedas en el paro!”. Le grité, pero los guardaespaldas se lo llevaron de inmediato, desapareció. Hoy, sigo dándole vueltas a ese momento histórico en el que el hombre más poderoso del mundo se encontró en Cuba con el Presidente de Estados Unidos. Un día que podía haber cambiado la historia. Lo que pudo haber sido y no fue. Hasta siempre, Comandante.

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