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Altercado ante el Café Comercial

Altercado ante el Café Comercial

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Nos desplazamos, micrófono en mano, hasta las puertas cerradas del mítico Café Comercial. Un legendario punto de encuentro madrileño situado en la Glorieta de Bilbao. Un café que, durante más de un siglo y un cuarto de otro, hizo las delicias en el paladar cafetero de varias generaciones; una cafetería que fue algo más que eso. Nos acercamos a un grupo de curiosos y vecinos que, conmocionados, charlan ante su entrada ya cerrada para siempre, sobre tan inesperada clausura 128 años después de que esa puerta girara por primera vez. Gerardo: ¿Cómo estáis viviendo el cierre del Café Comercial? -le preguntamos a un par de jóvenes con gorra y camisetas del Real Madrid (uno la blanca titular y otro la rosa) que se hacen un selfie levantando el pulgar ante el cartel de cerrado del vetusto local. Jóvenes: Ahí estamos, chulo. Se lleva como se puede. Gerardo: ¿Conocíais el Café Comercial? Jóvenes: Pasamos todos los días por aquí para ir a clase, chulo, ¿no lo vamos a conocer? Si sales de las escaleras del metro ya te lo comes, bro. ¿Tú no lo habías visto nunca o qué, con los toldos esos rojos que tiene? ¿Te has dejado las gafas en casa o nos estás vacilando, primo? A mí y a mi bro Christian no nos vacila nadie, ¿sabes? A ver si vamos a tener un problema aquí tú y yo, loco… Me alejo de los jóvenes y me dirijo a una señora, parece ser que vecina de la glorieta desde su infancia, que recuerda en voz alta junto a otra vecina la alineación de personajes que han pasado a lo largo de los años a los que su memoria alcanza por el Comercial. Señora: ... y luego el de “a la mierda” también venía mucho. No, Fernán Gómez no, el otro. Eso, el del libro, el que quería hablar de su libro. Si es que los confundo, alhaja. Ese también venía mucho aquí a comer churros. Lo he visto yo, no me lo han contado, ¿eh? Desde ahí, desde el semáforo ese, ¿ves?, lo he visto entrando varias veces. Gerardo: Disculpe, señora, ¿habla usted de Francisco Umbral? Señora: ¡Ese! Francisco Umbral era el que te decía, alhaja, menos mal que el caballero se acuerda del nombre –se dirige a la vecina. Gerardo: ¿Era Umbral un habitual en las tertulias del Comercial, señora? Señora: Claro que sí. Yo misma lo vi varias veces, desde ahí, desde el semáforo ese. Gerardo: ¿Vive usted por aquí cerca, señora? Señora: Justamente ahí, al principio de Fuencarral, pasado el semáforo… Gerardo: Muy bien, señora, muchas gracias. Señora: ¿Ya está? ¿No me preguntas por los personajes que he visto desfilar por aquí a lo largo de mi vida? ¿Así es como tratas tú a 85 años de experiencia y anécdotas? ¿Eso es lo que vale para ti la opinión de una anciana que ha visto una guerra mundial y una guerra civil? Gerardo: Bueno, cuénteme, señora, ¿qué más personajes han desfilado por este Café Comercial? Señora: No, ya da igual. Joven 1: Venga vieja –irrumpe uno de los jóvenes, el de la camiseta rosa, que ha abandonado los selfies para acercarse violentamente hacia mi posición- cuente que esto era punto de encuentro entre literatos, cineastas y todo tipo de intelectuales, ¿no? Joven 2: ¡Eso! Ahora no te cortes, señora. Si has bajado a la calle en pijama en cuanto lo has visto por la tele, no te quedes ahí callada, señora. Háblele al memo este del micrófono sobre Antonio Machado, vieja. Señora: No, si es que ya no quiero, ya me he sentido despreciada por el periodista y no me sale hablar más, alhajas. Joven 1: Mira lo que le has hecho a la vieja, chulo. La has dejado sin ganas de contar, máquina. Ya le has cortado todo el rollo. Señora: Sí que es verdad, alhaja. Me ha cortado todo el rollo. Joven 2: Ea, chulo, por listo ya te has quedado sin que la vieja te cuente anécdotas de gente top de la poesía, ¿sabes? A la mierda cracks como Caballero Bonald, Ángel González o García Montero, que han pasado por aquí, primo. Joven 1: Por listo, que eres un listo tú. Ahora vete a tu periódico de mierda y dile a tu jefe que como eres un listo vuelves sin ninguna anécdota de cómo Cela alumbró La Colmena por aquí. Venga, vete ya a tu casa, chulo. Gerardo: Yo no creo haberle cortado el rollo a la señora, la verdad. –me excuso ante los jóvenes porque veo que el tal Christian se está poniendo algo agresivo. Joven 2: ¿Qué le estás discutiendo a una vieja casi centenaria, primo? – el tal Christian sube el nivel de agresividad, mordiéndose los nudillos de su mano derecha y lanzando luego un puñetazo contra la chapa de la puerta del Café Comercial, que retumba al otro lado de la glorieta. Joven 1: Mira lo que has hecho, chulo –el amigo de Christian me enseña los nudillos enrojecidos de su amigo. Señora: ¡Mirad lo que le ha hecho al pobre crío! –la señora de la calle Fuencarral grita hacia el grupo más amplio de congregados ante las puertas del Comercial, que por el ruido del tráfico permanecían ajenos a la situación hasta el grito de la señora. Un par de señores con barba dejada, pantalón corto con sandalias y camisa por fuera del pantalón que rondan los sesenta años se separan del grupito y se acercan con paso rápido, brazos extendidos con rigidez hacia abajo y puños apretados hacia mi posición. Jóvenes: Hostia, chulo. Vienen los poetas malditos. El mismo día que los han dejado en la puta calle vienes tú a tocarles los huevos. Te van a poner fino, primo… Pego una carrera hasta las escaleras del metro y bajo a toda prisa, como una rata huyendo por las alcantarillas de la ciudad sin entender exactamente qué ha pasado ahí arriba. Mientras paso el billete por la máquina aún con la mano temblorosa puedo escuchar desde la superficie: qué vergüenza que se acerque gente así a un sitio donde bebía café Machado, bro

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