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Liopardo

Os explico la Transfiguración

Os explico la Transfiguración

-Biblia

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Llega agosto y todos corréis a la playa a poneros morenos. Pues yo os voy a contar cuando hice lo contrario y me fui a la montaña a lucir un blanco nuclear. Sí, os voy a explicar el episodio de la Transfiguración, que como sois unos paganos seguro que no sabéis lo que es. La cosa ocurrió en el Nuevo Testamento. Llevaba ya muchos días predicando con mis apóstoles, sanando enfermos y expulsando demonios, y cada vez estaba más estresado. Como siempre, mi Padre no daba señales de vida. Me había dejado aquí abajo y desde el día de mi bautizo en que dijo dos palabras no había vuelto a aparecer. Entonces recordé que Moisés, mi referente intelectual, había subido una vez a una montaña y, después de seis días, se había encontrado con mi viejo. Yo intentaba imitar a Moisés en todo: si él se iba al desierto, yo me iba a uno. Si él ayunaba cuarenta días y cuarenta noches, yo igual. Si daba de comer a una multitud, yo también. Si de pequeño se salvaba de una matanza infantil, lo mismo yo. Si caminaba entre las aguas del Mar Rojo, yo caminaba sobre las del Mar de Galilea. Y así con todo. No lo pone en la Biblia, pero era mi ídolo, que Dios me perdone, o sea, yo. Es más, mi propio nombre, Jesús, “El Salvador” proviene de “Jeshua” es decir, “Josu锓, “Dios salva”, que fue el sucesor de Moisés. ¿Os queda claro? Si habéis visitado la famosa Capilla Sixtina en el Vaticano veréis impresa esta comparación mía con Moisés: en uno de los laterales podréis admirar frescos con la vida del profeta, y en el lateral de enfrente, otros referentes a la mía. Esa era la capilla de oración privada del Papa, con eso os digo todo. Así que decidí hacer lo mismo que el gran Moisés. Además, ya sabéis que en todas las religiones somos muy de montaña, todas las cosas importantes pasan allí. Los dioses del Olimpo incluso viven en una. Dice mi libro: “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a Juan, los llevó a solas un monte alto y se transfiguró ante ellos.” ¿Qué es eso de que me transfiguré? Pues que me puse guapo para ver a mi Padre: “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.” Hasta mi rostro “brillaba como el sol”, como el de Moisés cuando bajó del Sinaí. Estaba en perfecto estado de revista. Tuve la suerte de que aparecieran el profeta Elías y el mismísimo Moisés, y estuve charlando un rato con ellos, aunque sacaron un tema de conversación muy poco agradable, el de mi muerte, que iba a tener lugar en Jerusalén. Elías vino a pie esta vez, debía tener el carro de fuego en el taller. Nos salió un día estupendo, y Pedro estaba encantado. Me dijo: “-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” Se pensaba que los santos del cielo vivían en tiendas de campaña. En esto por fin apareció mi Padre, tan misterioso y tímido como siempre: “Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: -Este es mi Hijo amado; escuchadlo.” Yo tenía un montón de preguntas que hacerle, pero igual que cuando mi bautizo, desapareció de repente. Casi mejor, porque nos estaba quitando el sol. Me puse en plan misterioso yo también y les dije a mis apóstoles que no contasen una sola palabra de todo aquello “hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos”. Ellos discutían entre sí sobre qué había querido decir yo con lo de resucitar, porque aunque eran apóstoles no habían ido a catequesis ni habían visto Juego de Tronos. Me preguntaron también si era verdad que Elías habría de retornar a la tierra, como había anunciado Malaquías, y les tuve que aclarar que Elías ya había venido “y han hecho con él lo que han querido”. Me refería a mi primo Juan, mi heraldo, al que como recordaréis, le cortaron la cabeza. Todo tenía que explicárselo. Igual que a vosotros.

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